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jueves, 28 de febrero de 2013

Enrique Solinas en el IX Festival Internacional de Poesìa de Granada, Nicaragua

 
 


 
Cambios Climáticos
      Padre,
      hoy te vuelvo a encontrar
      en esta ciudad desesperada.
      Charlemos sobre el tiempo
      que es mejor
      a conversar sobre otras cuestiones.
      Hablemos de la lluvia o el sol
      pero no me preguntes
      sobre la muerte que nos sucede ahora.

      La idea de parecerme a Jean Paul Sartre
      aun me seduce
      como el sonido de un cuchillo,
      atravesando la realidad
     (y no te lo digo).

     Toda muerte
     primero sucede en las palabras
     para luego llevarse a cabo
     en los ojos
     (y no te lo digo).

     Padre,
     hoy te veo
     y al mismo tiempo veo al que seré,
     pero distinto.

     Ya nada se puede hacer.
     Es necesario.
     Mejor,
                 charlemos sobre el tiempo.

          

 
 
 

El Rostro de Dios
 
 
 
 
                                            a mi madre, in memoriam

 

Esa mujer
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
sin intención.

Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña
contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.

Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.

Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino